Hay esperanza (esto no va de Covid).

Y fue en una calle cualquiera de una ciudad semejante a cualquier otra, de esas en las que los coches brillan por su ausencia permitiendo a los viandantes, ajetreados, pulular de una tienda a otra en busca de aquel artículo de primera frivolidad.

Unos jóvenes dedos se posaron sobre segunda, cuarta y quinta cuerda de un mástil de vieja guitarra para producir la nota «DO mayor» con una suavidad inocente, de fragilidad recién estrenada. Eran dos adolescentes, chico y chica, con caras de buenas personas y vestidos como cualquier madre vestiría a los suyos para ir a misa de domingo. La sucesión de acordes de ambas guitarras enseguida reveló la canción «Unchained melody». Comenzó a cantar ella, deslizándose por las notas bajas del inicio, mientras él la miraba embelesado y la gente, tras ellos, pasaba sin hacer caso alguno al arte que se les comenzaba a mostrar. Supongo que las amplias cristaleras de los escaparates, perfectamente dispuestos, ejercían tal clase de influencia magnética contra la cual era imposible hacer nada. Pero ellos seguían, chico y chica. Llegan las notas altas y él sonríe ampliamente mientras sacude la cabeza, mezcla de admiración y orgullo, y quizás algún otro sentimiento que solo les pertenece a ellos. La gente transita. Los jóvenes músicos dan lo mejor de sí. La tarde avanza. La vida pasa y el mundo se va al garete. 

Pero quizás no. 

Quizás mientras siga habiendo jóvenes, brotes de humanos que se empeñen en crear, aunque ya no esté de moda. Seguramente, mientras eso ocurra, aún tengamos alguna esperanza.

Recomiendo ver el vídeo una vez leída la entrada.

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