El Rey no tenía corona.

Incluso en estado nervioso, imperfecto e improvisado, la actuación resultaba perfecta. El escenario le pertenecía.

Un día de diciembre como hoy, los que hace cincuenta y cinco añazos tenían la suerte de estar vivos presenciaron a través de sus televisores, de aquellas cajas tontas de entonces, de tubo de rayos catódicos, el mayor despliegue de carisma que un artista ha podido derrochar en la historia de cualquier tipo de arte. En mi opinión, nadie antes que él, ni en su tiempo ni después, ha podido ni siquiera acercarse al denominado Rey del Rock and Roll. Y es que el 3 de diciembre de 1968, después de haber estado apartado de los escenarios durante demasiado tiempo por culpa de compromisos con el mundo del cine, Elvis Presley volvía a actuar delante de tan solo decenas de personas en el estudio, pero millones en sus hogares. Todo el mundo sentía curiosidad por ver cómo iba a hacerlo aquel que en la década de los cincuenta había escandalizado, seducido y ruborizado a todo un país con aquellos vaivenes frenéticos de su estilizado cuerpo y aquella voz desgarrada, profunda y dulce, propia de otra raza.

El programa en cuestión, conocido por la historia como el ¨68 comeback special¨ estaba a punto de comenzar. Era una incógnita si aquel Elvis que había estado tantos años encarcelado protagonizando películas (algunas buenas y otras no tanto) seguiría siendo la misma fiera indomable sobre el escenario. Muchos lo dudaban, otros esperaban equivocarse. Quizás solo unos pocos sabían que lo que sus compatriotas estaban a punto de presenciar era nada más y nada menos que el mayor despliegue de talento, carisma y energía musical que nadie haya puesto sobre un escenario. Aquella hora de televisión en la que se alternaban canciones ambientadas con grandes sets, actuaciones sobre un pequeño escenario donde solo estaba él, su traje de cuero negro y su guitarra, otras sentado en un círculo donde se inventó el concepto ¨unplugged¨ y que no era más que una reproducción de lo que hacía con sus músicos y amigos para pasar el rato, y para finalizar tan solo un fondo negro, donde Elvis enfundado en un traje blanco inmaculado (que además le quedaba bien) descubría al mundo aquel himno esperanzador y pacifista titulado ¨If I can dream¨

Sin ningún género de duda, esta canción debería estar considerada como la CANCIÓN, por encima del ¨imagine¨ de Lennon, por ejemplo. Su mensaje es pura esperanza; esperanza de un mundo mejor lleno de fraternidad, sin odios ni discriminación. Discúlpenme ustedes si al compararla con la gran canción del bueno de John ofendo sensibilidades. No es mi intención ni mucho menos, pero siempre me chirrió que en ¨Imagine¨ se desease que no existiese el cielo ni la religión ni siquiera los países… pero bueno, no me quiero desviar del asunto que me ocupa que no es otro que escribir unas humildes líneas en honor a este 3 de diciembre de 1968, a su protagonista: mi muy mejor mucho más favorito artista musical desde que mi santa madre tuvo a bien comprarme una cinta de casette de Elvis Presley en una gasolinera de Avilés contando yo con la friolera de nueve primaveras. Sí señor, con ocho años recibí la primera comunión y con nueve mi primera cinta del ¨Dios¨ de la música. ¡La vida de un niño en aquellos tiempos era trepidante!

En fin, invito a todos a navegar un poco por internet y descubrir joyas audiovisuales que a buen seguro disfrutarán. A los que peinan canas, para recordarles la dimensión del artista. A los más jóvenes, a los que han crecido con el Reggaeton, para que sepan que se puede salir de esa espiral de voces sin sentido, autotunning y letras diseñadas por algún chimpancé con sentido del humor.

Feliz año a todos y,

¡Hasta más leer!