El perfil del agente secreto.

Quizás, leyendo lo siguiente, se den cuenta de que su vecino es un agente secreto, un policía de incógnito. Atentos…detectivejpg_2

 

 

 

 

 

 

Extracto de «El sommelier de almas» de Álvarez-Xagó.

CAPITULO VI.

El perfil.

 

Templanza… Resultó ser que aquella era una de las características principales que todo agente encubierto debía poseer. Pero había más; bastantes más.

De entre todo un elenco de documentos técnicos, tratados jurídicos y policiales y demás ladrillos infumables que sin embargo XXX se empollaba con devoción, uno particularmente le llamó la atención. Se trataba de una tesis firmada por una doctora en Derecho y Criminología en la cual se recogían las características que conformaban un teórico perfil idóneo del agente encubierto perfecto. Estos rasgos, en un número de veinte, se habían obtenido principalmente de la experiencia del FBI Estadounidense y de los servicios secretos del Reino Unido, así como de la propia experiencia Española en la lucha antiterrorista:

 

PERFIL DEL AGENTE ENCUBIERTO:

  1. – Autonomía personal para la toma de decisiones, adelantándose a las situaciones; habilidad para enfrentarse a problemas y resolverlos.
  2. – Eficiente, eficaz y competente.
  3. – Capacidad para adaptarse al medio; para mimetizarse con él.
  4. – Alta inteligencia, incluida la emocional.
  5. – Templanza y equilibrio, calmado, que guarde el control.
  6. – Capacidad de comunicación a todos los niveles: oral, gestual, lenguaje verbal y no verbal.
  7. – Perfil de vendedor.
  8. – Empatía, es decir, que tenga la capacidad de ponerse en el lugar del otro e interpretar las situaciones desde su punto de vista.
  9. – Confianza en sí mismo con un alto grado de control interno.
  10. –Dureza, como equivalente a poco sentimental; no tiene que ser necesariamente alguien “frío”, pero sí que no se deje llevar por sus sentimientos.
  11. –Flexibilidad, en el sentido de ser tolerante con los valores culturales y morales de otros.
  12. –Tolerancia a la crítica y a la frustración; debe ser independiente, que no necesite la aprobación del medio.
  13. –Confidencialidad y discreción.
  14. –Capaz de asumir riesgos sin llegar a ser temerario.
  15. –Preferentemente soltero y sin hijos.
  16. –Resistente al dolor y con aguante físico considerable.
  17. –Debe ser una persona vulgar y corriente. Sin manías.
  18. –Edad: el rango ideal es entre 25 y 45 años, puesto que si es demasiado joven se corre el riesgo de que cometa errores por la necesidad de reafirmarse y demostrar su valía; por el contrario, si es demasiado mayor se temen en exceso las pérdidas y el cambio es mucho más difícil de asumir, así como el adaptarte a él.
  19. –Aspecto físico corriente.
  20. –Culto. Se necesita un nivel cultural medio–alto. 

*(Seminario Internacional sobre Agentes Encubiertos organizado por el CGPJ en octubre de 1999.)

 En los siguientes días y semanas, las innumerables pruebas y ejercicios de campo sondearon lo más profundo de su personalidad y capacidades en busca de alguna grieta que pusiese en peligro la operación, en caso de que al final, se decidiese infiltrar al agente XXX. Él, honestamente creía poseer un buen número de aquellas cualidades recogidas en el “perfil perfecto”.

En lo referente a Patxi, entre ambos y día a día fue creciendo un respeto mutuo. Cada jornada aprendía un sinfín de habilidades, de ese tipo que ningún libro o tratado sería capaz de recoger. Sus enseñanzas iban más allá; era algo así como aprender a desarrollar y potenciar aquel instinto de perro callejero que Patxi, muchos años atrás se había visto forzado a adquirir por sí mismo.

En su época, ─pues él mismo había sido un “topo”─, nadie le había entrenado ni preparado de forma alguna. A él, siendo un novato bienintencionado y aprovechando su origen vasco, le habían propuesto intentar hacerse amigo de un grupo de chavales con tendencias “abertzales”; y de ahí a conseguir meterse en un comando de ETA, apenas le llevó tiempo ni esfuerzo. Al menos eso le decía a su pupilo; aunque el instructor hablaba de una forma que hacía pensar que omitía de forma consciente los pasajes de sus historias en las que sus manos estuvieron manchadas de sangre, ya fuese del enemigo, o de sus propios compañeros.

 

Las semanas transcurrieron, y aquellos días de frenético entrenamiento y constantes pruebas psicológicas en los que a XXX le dio la sensación de que hasta su nivel de bilirrubina en sangre estaba siendo medido constantemente, tocaron a su fin. Recogió su petate, una de esas viejas mochilas de montañero que tanto servicio le había hecho casi desde su adolescencia, y desde el andén número tres de la estación de Atocha, tomó el tren que le llevaría de vuelta a su tierra.

Continúa en la novela…

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